Salir de fiesta se ha convertido en un acto carente de sentido pero necesario. Es un intento de no sobrepensar, de escapar de uno mismo, sabiendo perfectamente que te vas a alcanzar en medio de la pista de baila. Justo en el momento menos indicado.
Los adultos ya no hacen esto porque están absortos en los sueños, esos pequeños señuelos que permiten la supervivencia. Yo, por ejemplo, desde ya añoro la juventud que perdí, aunque soy consciente de que no todo tiempo pasado fue mejor, de que la juventud está sobrevalorada porque nos obsesiona saber que somos importantes, que somos aceptados, que los demás están equivocados.
Hace un tiempo veía mis 25 años como una edad utópica, decisiva y lejana. Hoy que los cumplí, los siento como una señal que marca el inicio de una nueva era. Nueva pero no mejor. Nueva pero estrictamente diferente.
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