Esteban, me dejo una piedra de lluvia de oro, que adoré y cargué conmigo por un par de años. La volví un dije de collar, recubriéndola con alambres dorados que trenzaban su circunferencia irregular y, en una de mis tantas mudanzas, deshaciéndome de lo inservible, lo boté. Ese día me di cuenta de que Esteban había dejado de doler.
Germán, por su parte, dejó a mi pedido una camiseta que decía “Written and directed by Quintín Tarantino” que, en vez de cerrar, habría la herida sangrienta de su partida. Y daba comienzo a la historia de aquella lujuria muda que parecía infinita y que nos delataba en cada cita anual. El día que empecé a usarla como pijama supe que Germán había pasado al olvido.
El último en este patrón desafortunado, se esforzó un poco mas. Alex cruzó Centroamérica y trajo consigo un alebrije con forma de ratón, haciéndole un guiño a mis ganas, por esa época incomprensibles, de adoptar una rata. Me lo entregó el día de mi cumpleaños, luego de un mes de ausencia, el que fue, sin saberlo, el último día que nos vimos. El ratón yace en la esquina de un cajón, todavía me afecta verlo ¿qué le tendrá deparado el destino, cuando ya no importe más?
Comentarios
Publicar un comentario