Se me estaba olvidando quien soy, por un momento se me olvidó mi naturaleza y me enamoré en un fin de semana de mi álter ego, de mi dualidad geminiana que quiere y se deja querer.
En el pasar de un carro abrí los ojos e inmediatamente dejé de sufrir. Me acordé que la protagonista de esta historia soy yo, que yo decido si estoy triste o feliz. Yo no tengo por qué esperar a nadie, no tengo por qué estar leyendo horóscopos diariamente para saber qué va pasar. Esta historia la escribo yo y he decidido ponerle un punto aparte.
Allá, afuera, hay miles de hombres y mujeres, miles de distracciones, para mí, si así lo decido. Y decidí que no me voy a perder ninguna experiencia por estar esperando una disque sensorial, disque diferente. Lo siento pero me vas a conocer, así como todos los demás me han conocido. Y si te gusta quédate y disfrútame y si no, entonces toma el camino por el que llegaste, porque para eso si que eres bueno, para desaparecer, mago.
Me equivoqué al pensar que los dos éramos iguales. Yo soy una perra, sí. Pero no hago nada sin el consentimiento del otro, procuro dejar todo claro para poder ser yo. Vos, vos mientes, pretendes, actúas, recibes lo que te dan pero no vas por lo que en realidad quieres. Y está bien, te entiendo, aunque yo haya caído en ese juego.
Te crees la gran puta verga y eres la gran puta verga pero ¿sabes qué? ni siquiera eso es suficiente para calmar mis ansias, si no estás aquí cuando yo quiero y cada vez que quiero y en la forma en que yo quiero entonces desaparece, mago.
Se me olvidó que disfruto más cuando no tengo una ilusión, que estar sola me hace sentir poderosa, independiente, cómoda y ni por la cara más sexy, ni la verga más larga y gruesa, ni por las mejores conversaciones, ni por los besitos más tiernos cambiaría eso.
Nos vemos cuando decidas que ya no eres un hijo de puta.
Comentarios
Publicar un comentario