La mama


No me mira y estoy frente a ella. Me tiene miedo. Me habla, le hablo. Sigue sin mirarme. Ella sabe que soy un monstruo, una granada que no sabe como desactivar. Ella no me conoce y eso le da pavor.

Yo siento su amor cuando me toca el cabello, cuando me cocina, pero no cuando me da caricias o abrazos incómodos. Nosotras nos acostumbramos a darnos amor sutilmente y a los trancazos, el problema es que mi madre después de vieja quiere volver a las demostraciones tradicionales de cariño y ¿ya para qué? si me volví igual de esquiva a ella.

Es que yo la veo caminando y se me hace tan frágil, como que desde que se murió mi padre siento que ella es mi responsabilidad ¡qué estupidez! si ella es la que siempre sacó la cara por nosotros, la que se echó esa familia al hombro para que durara once años, la que trabajó y trabaja, la que estudió, la que la tiene clara. Él y yo siempre fuimos un par de locos de mierda. 

Me dan ganas como de abrazarla y juntarle todas las partes rotas pero no puedo hacer eso porque muchas de esas partes las rompí yo, y pegarla sería retroceder. Me dan ganas de abrazarla y quitarle todo sufrimiento y toda carga pero, a veces, creo que ella nació para eso. Mi muerte sería la estocada final pero no soy capaz de dársela. Tengo el valor, tengo la decisión tomada, y la tengo a ella.

Últimamente la certeza que tenía de mi suicidio a temprana edad se ha ido desvaneciendo cada vez que veo su cara. Definitivamente no puedo hacerlo si ella aún está con vida. Ella es lo único que me ataja. Es como por evitarle otro sufrimiento a la mujer. 

La relación con ella se ha vuelto rarísima. Siento que cuando estoy en su compañía no puedo parar de hablar. Un segundo de silencio es la oportunidad para que piense en tener conversaciones serias y profundas, para que me pregunte si alguna vez he probado el cigarrillo o la marihuana, que si me gustó, y yo con la verdad en la garganta, la cara de mi padre encima de la mía, pero con amor en el corazón, sin duda, le mentiría. No soportaría que me empezara a hablar de dios. Es decir, está bien que luego de nuestra separación ella haya encontrado, en él, en lo que sea, algo que la motive, que la llene, que la haga feliz, pero es absurdo que aún no se resigne por esta alma descarriada. Si algún día lo volviera a hacer, yo no podría contener las lágrimas de vergüenza, de rabia, de impotencia y odio derrumbarme frente a ella, no sé por qué.




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