Mi familia me disminuye, me quita mi identidad. Me da las herramientas para batallar, me da la fuerza y, pasados seis meses, me quita en una semana todo lo que logré construir. Destruyen mi autoestima y mi felicidad.
Parte de mi consciencia me dice que tal vez el problema sí soy yo, que soy una desagradecida, que es correcto y lógico hacer lo que ellos pidan por el dinero que me dan, por la laptop, por el apartamento, por la universidad, por el iPhone. Que hay batallas que no vale la pena dar. Sin embargo, no creo que mi salud mental deba verse mermada por simple agradecimiento. Ellos y yo luchamos guerras distintas: ellos contra la realidad, yo contra mí misma.
No soporto que me miren como si fuera la misma persona de hace cinco años, no soporto su incapacidad de perdonar, su incapacidad de ceder, no soporto que pasen por encima de la educación que ellos mismos me han pagado con el argumento de haber vivido más tiempo, no soporto su hipocresía y sus conflictos internos, no me soporto a mí porque siento que somos líneas perpendiculares.
Mi familia me hizo fuerte pero, mientras ellos envejecen y yo llego a la flor de la juventud, parece que nos distanciamos más, que los problemas mentales de cada uno se hacen más grandes y entonces se les da por destruirme y yo poniendo resistencia.
No sé si todo esto es normal, si le pasa a todo el mundo o es que yo le doy mucha importancia a temas intrascendentes. Su amor y sus exigencias están acabando con mi paz mental y algún día voy a explotar, contra ellos o contra mí, pero voy a explotar.
Comentarios
Publicar un comentario