Mitómano, idiota con dinero, o simplemente alguien tan aburrido como yo. No lo sé. No lo conozco. Solo me gusta la manera descarada en la que me dice que soy una culicagada, que mi idea del suicidio es estúpida y que por eso prefiere usted, a las mujeres mayores. Sí, me gusta todo eso porque quiere decir que aunque tenga todo en contra, usted sigue aquí. Por la razón que sea, sigue aquí.
Me gusta ir a su casa, es como entrar a una dimensión distinta. Paredes llenas de discos, guitarras por todas partes, un piano antiguo, Jimmy Hendrix, Gene Simmons, un sofá perfecto para hacer el amor, porque cuando arqueo mi espalda y deslizo mi cabeza hacia atrás, puedo ver a Bogotá plana e iluminada y es ahí cuando me dejo ir.
Debo decir, señor Brook, que siendo usted tan joven tiene a la vez un aire señorial. Debe ser la dimensión de su cuerpo o su manera de tocar que, a veces, transmite tantas veces pasadas. No le creí nada cuando alardeó de su excelente forma de tocar la guitarra, dice usted tantas mentiras que prefiero asumir que todo usted es una de ellas. Sin embargo, pude darme cuenta de que eso si era verdad al sentir la manera en que afinó mis cuerdas por dentro y lo bonito que me hizo sonar.
Es usted alguien muy extraño, señor. Es usted alguien que se creyó su estilo de vida al punto de no peinarse hasta que se le formen pequeñas dreadlocks en ese largo cabello rubio. Odio que sude, pero no odio su sudor, es como si transpirara perfume. Es usted una gran contradicción, no solo en su ser, sino en el mío, porque yo soy un gato, independiente, libre y consciente de sus decisiones, desdeñoso y displicente. Y usted, señor Leopoldo, es como un domador con sombrero y látigo en mano. Sabe como llegar a mi y hacer que sea yo quién tome la decisión de dejarlo llegar: una caricia tierna pero fuerte, una orden que suena a invitación, un torrente interminable de halagos sobre mi piel, mi sabor, mis labios, mi estilo, mi cuerpo y mi mirada. Usted señor, la tiene clara.
Pero usted no es perfecto, no quiero confundir a mi lector. Es usted, también, un ramillete de cosas que una mujer puede odiar con todo su corazón: esa manera de pronunciar entre dientes, la risa que le da en medio de un orgasmo, sus mentiras inútiles y su falta de longitud. Yo, personalmente, señor, odio que haya vivido tanto y que me condene usted tan imperativamente a escuchar sus historias y no a revivirlas.
Con todo y ese pesado egocentrismo, incluso más pesado que usted mismo, debo decir que disfruto sus charlas after sex. Habla usted en ese momento como si se hubiera quitado una pesada armadura y dijera todo lo que se le viene a la mente mientras mira las estrellas. Usted parece ser un hombre con mucha experiencia y, a la vez, con tanta infancia en su actuar. Tal vez soy una mujer extraña porque usted me inspira confianza, me gusta que lo siento mío y de todas las demás.
"[...] su falta de longitud". Me llevo eso a la tumba. Amén. - T
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