Envidio, quiero, deseo, odio.


He llegado a envidiar tanto a aquellas personas que no han tenido que lidiar con la pobreza, no por la posesión del dinero, sino por la tranquilidad mental que poseerlo les debe producir. Envidio su ignorancia de lo que se siente tener un peso detrás al saber que, los que más quieres, no lo están. Y que no puedes hacer nada al respecto.

Envidio a esa gente con talento y con la tenacidad de poder hacer lo que les gusta y ayudar a tantas personas en el camino. Envidio a los que, con un par de huevos enormes han podido hacer las cosas solos. Sin deberle nada a nadie.

Quisiera ser una provinciana normal, de esas que ama su tierra y añora regresar a llevar una vida tranquila. Pasearse en short, blusa de lino y cabello suelto en medio del calor del pueblo. De las que regresan a trabajar y a hacer fortuna en un lugar con costo de vida barato, a vivir con su familia, ayudarlos y hacerles compañía. 

Todo sería más fácil, probablemente, hasta tendría más amigos.

A veces, desearía tanto no ser una persona tan cambiante. Ser la misma con los años, para que el amor que sentí una vez por alguien, no cambiara ni disminuyera.

Desearía poder seguir sentándome con mis amigos del colegio, o de mis primeros años de universidad, y que me siguiera interesando las babosadas de las que hablan, poder seguir compartiendo con ellos algo de nuestras vidas. Y no sentir que ya, entre ellos y yo, hay un abismo que para mí no vale la pena cruzar, su amistad no lo vale.

Sería bonito poder ir a visitar a mis amigos con hijos y sentirme bien cuando me hablan de los logros de sus hijos, de su esposo y de la felicidad de la vida familiar. El detalle está en que no lo soporto. Me hacen sentir vieja y con una obligación universal de crecer y sentar cabeza. 

Odio obligarme a hacer cosas que me incomodan porque, después de cierto tiempo obligándome, me empiezan a repugnar.

Odio ver la pobreza a los ojos y tocar tierra dándome cuenta que nunca voy a dejar de ser lo que siempre he sido. Que no importa cuán lejos me vaya, ni las experiencias que haya vivido, ni lo que he aprendido. Cuando vuelves al lugar donde empezaste, comienzas a creer que eres la misma, porque es así como todos te ven. Como si nunca te hubieras ido. Y lo odio, porque no quiero deshacerme de lo nuevo, de lo que ahora soy, de lo que he aprendido.

Quiero renunciar.


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