De repente ese momento entre sus brazos se volvió eterno, el movimiento de su pecho mientras respiraba, el lento parpadeo de sus ojos quedándose dormidos.
En ese momento sentí que podía estar así para siempre, que todas las noches de mi vida podrían reducirse a eso y yo sería feliz.
La sensación de eternidad no se va, no disminuye, aumenta.
Entonces abrí los ojos unas horas después y lo observé de perfil, su cara entre dormida, ignorante de todo lo que había pensado esa noche, y supe que todas las mañanas de mi vida podrían reducirse a eso, a darle los buenos días con un beso, y yo sería feliz... Así de feliz como ahora.
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