Heme aquí una vez más necesitando a gritos hablar de mis experiencias pero no confiando en nadie racional.
Se supone que yo estaba feliz, feliz con mi carrera, feliz con la universidad, feliz con mis compañeros, feliz con mis vaciles. Pero resulta que no, ya no.
Resulta que este semestre la primera vez que pisé el suelo del claustro universitario me aburrí instantáneamente, me aburrí del clima, me aburrí de verle la cara a la misma gente, me aburrí de tanta teoría, me aburrí de tanta apariencia, me aburrí de las mismas personas con los mismos prejuicios, con las mismas aspiraciones. Me aburrí hasta de hablar mal de la gente, ya no puedo hacer más que suspirar y pensar que cada quien tiene derecho a vivir su vida de la manera que quiera, si al fin y al cabo a ellos igual que a mí ya no les importa lo que digan. Aunque no lo crean, hasta de mí me aburrí.
Así que esperando salir de esa monotonía, me he lanzado desesperadamente a vivir un sinfín de experiencias que tengo entre pecho y espalda, que me hacen reírme en los momentos menos esperados de sólo recordar. Y si para algo me han servido es para divertirme, para entender que uno nunca termina de conocer a la gente, que nadie es amigo de nadie y para al fin aprender a ser prudente.
Fotografía por Jean Philippe Lebée
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